En el corazón de las exuberantes montañas de Guinope, en El Paraíso, Honduras, el productor de café Oswaldo Morazán cultiva un tesoro preciado: un café geisha de altitud, elevándose majestuosamente a 1600 metros sobre el nivel del mar. Este café, cuidadosamente trabajado durante todo un año, se ha convertido en la joya de la corona de la participación de Honduras en el Mundial de Cafés Filtrados.El proceso de creación de esta delicia sensorial es un ritual meticuloso. Cada grano pasa por un proceso de lavado que elimina impurezas y resalta su pureza natural. Luego, con paciencia y dedicación, los granos se secan al sol durante 20 días, permitiendo que desarrollen sus sabores únicos y complejos.
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Monserrath, la portavoz apasionada de esta obra maestra cafetera, nos lleva en un viaje sensorial. Ella nos cuenta historias de fragancias florales que bailan en la brisa de la mañana, evocando la frescura del jazmín y la suavidad de la flor de café. Y en cada sorbo, podemos saborear la dulzura de la bergamota y la frescura del eucalipto, transportándonos a un jardín de ensueño. Pero el verdadero encanto de este café se revela con cada cambio de temperatura. En un cálido abrazo, el té de jazmín y los frutos de hueso danzan en nuestro paladar, recordándonos el calor reconfortante de un día de verano. Mientras que en un susurro tibio, la pie de limón y la flor de café nos envuelven en una dulzura suave y acogedora, como un abrazo de bienvenida en una tarde fresca de otoño.
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El café de Oswaldo Morazán no es solo una bebida, es una experiencia sensorial que nos transporta a las alturas de las montañas de Honduras y nos sumerge en la riqueza de su tierra y su gente. Es un tributo al cuidado y la dedicación de los productores de café hondureños, quienes con cada grano cultivado nos regalan un pedacito de su alma.